La metafísica, como tal, es difícil de definir. No es, simplemente, aquello que está más allá de la física, tal y como se ha pretendido. Tampoco una caracterización de la misma como ontosofía u ontoteología dan cuenta de lo que ésta es efectivamente. Pero, entonces, ¿qué es metafísica? Teniendo en cuenta que metafísica es filosofía primera, o lo que es lo mismo, filosofía, sin más, la cuestión es fundamental cuando se trata de entender qué es hacer filosofía.
Uno de los problemas a los que nos enfrentamos a la hora de definirla viene dado, precisamente, por el desconocimiento de esta disciplina. Manuales del tipo “Metafísica 4 en 1” han cumplido bien con su cometido a la hora de traer un desconocimiento mayor, si cabe, para entender qué es, exactamente, la metafísica. Otro de los problemas que surgen al definir este amplio ámbito del saber reside, precisamente, en la propia metafísica: dado su carácter transcendental, fundamentador, no cabe una meta-metafísica y, por lo tanto, su fundamento, su legitimidad, reside en sí misma. Abordemos, pues, esta cuestión.
La metafísica se inicia, fundamentalmente, con Parménides. A él le debemos la afirmación “lo mismo es pensar y ser”. Lo real, lo que es, así, sería lo pensable, aquello que podemos captar por medio del pensamiento, para decirlo de otra manera. Además, lo real, para Parménides no cambia, es homogéneo, inengendrado e imperecedero. Éstas son las características del ente como tal. Éstas son, así, las características de todo lo que hay para el eléata.
Continuando la vía abierta con Parménides, Platón introduce la noción de causa suprasensible. O lo que es lo mismo, aquello que explica los fenómenos estando, a la vez, por encima de los mismos. Como dice en el Fedón, podemos decir que estoy aquí sentada porque tengo músculos, tendones, huesos y articulaciones, pero eso sería reducir la explicación a lo puramente fenoménico y dejaríamos de lado las verdaderas causas (Platón, Fedón, 98 c-e). También él caracteriza el ente como eterno y estático, sin movimiento ni cambio alguno, aunque dotándolo de una naturaleza ideal: lo real, para Platón, son las ideas, las formas que están en el mundo inteligible. El problema de esta concepción, como muchos sabemos, es que postula la existencia de dos mundos, el sensible y el inteligible, que no dan cuenta de la verdadera naturaleza de la realidad.
Aristóteles, en un tercer momento de constitución de la metafísica, toma de Platón la noción de causa suprasensible y caracteriza la metafísica como, la “ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo es, y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen” (Aristóteles, Metafísica, IV, 1, 1003a 20 y ss.). Pero, en este mismo lugar en el que caracteriza la metafísica, Aristóteles nos dice que esta ciencia “no se identifica con ninguna de las denominadas particulares. Ninguna de las otras ciencias, en efecto, se ocupa universalmente de lo que es, en tanto que algo es (…). Y puesto que buscamos los principios y las causas más supremas, es evidente que éstas han de serlo necesariamente de una naturaleza por sí misma (…). De ahí que también nosotros hayamos de alcanzar las causas primeras de lo que es, en tanto que algo es” (Aristóteles, Metafísica, IV, 1, 1003a 21-31). La clave para entender cómo recoge Aristóteles la noción de causa suprasensible se encuentra en el conocimiento de las causas primeras de lo que es. Esta ciencia de lo universal, de lo real, ha de dar cuenta de las causas y principios de todo lo que hay y la naturaleza de éstos no puede sino ser suprasensible. Lo sensible ya lo percibimos por medio de los datos empíricos. De lo que se trata es de justificar esta experiencia sensible. Es decir, se trata de investigar racionalmente la naturaleza de lo sensible a partir de lo suprasensible. De un modo más sencillo: ¿qué es la realidad?, ¿cómo puedo dar razón de mi experiencia sensible?
Por esto mismo, una caracterización de la metafísica como pura ontología tendría un carácter demasiado simplista. Una pura ciencia del ente, es decir, de lo real en cuanto tal y de lo que le corresponde de suyo no puede hacerse dejando a un lado que, en cuanto seres cognoscentes, lo real nos viene dado como objeto de conocimiento y, por lo tanto, nuestro acceso a lo real se realiza por la vía cognitiva. Es decir, lo real es aquello que podemos pensar, percibir, conocer.
Así, la metafísica no puede ser solamente una pura ontología, pese a que también lo es, dado su carácter de ciencia universal que investiga todo lo que hay. La metafísica ha de atender a las causas primeras de todo cuanto existe y, con ello, al fundamento último de todo cuanto existe. Pero la realidad, el ente, se nos presenta como cognoscible y, por lo tanto, también encontramos en esta caracterización de la metafísica la necesidad de realizar un esfuerzo gnoseológico, epistémico, para conocer el mundo, todo lo que hay. De ahí que la metafísica no sólo no es pura ontología, sino que, además e indisolublemente, es también gnoseología.
Podríamos simplificar diciendo que la metafísica, como tal, es una investigación racional acerca de todo cuanto existe. De cuál o cuáles son los últimos fundamentos o causas primeras de la realidad y, por lo tanto, puede caracterizarse adecuadamente como ontognoseología. En un lenguaje más sencillo: ¿qué hay?, ¿qué es lo que hay/la realidad?, ¿cómo puedo conocer la realidad? Y, si puedo conocerla, tendré que conocerla hasta sus últimos fundamentos como filósofo que soy (dado que la tarea de la metafísica corresponde hacerla a los filósofos, vid. Aristóteles, Metafísica IV, 3, 1005a 20-23).
Quizá términos como “metafísica” o “causa suprasensible” nos suenen raros o difíciles de definir o de utilizar. Sin embargo, a diario usamos conceptos metafísicos para dar cuenta de las cosas: sujeto, voluntad, libertad, justicia… Por poner un ejemplo sencillo, podemos hacer justicia, pero la haremos de una manera concreta, por ejemplo, dando a cada uno lo que le corresponde. El hecho sensible es nuestra acción, mientras que el decir que “se ha hecho justicia” correspondería a una explicación metafísica, suprasensible y sin la que no daremos verdadera cuenta del hecho acaecido. También en nuestro lenguaje y en nuestro pensamiento hay una serie de leyes o principios que usamos constantemente sin tener que enunciarlos, como por ejemplo el de no contradicción, según el cual no podemos afirmar y negar lo mismo en un determinado momento. Cuando hablamos, también presuponemos el concepto de realidad. Estos presupuestos son metafísicos y, sin ellos, seríamos incapaces no sólo de realizar un discurso inteligible, sino también seríamos incapaces de construir un discurso racional.
La tarea de la metafísica es, así, de carácter fundamentador con respecto a todo lo real. Si bien es una ciencia general, de carácter especulativo, es imprescindible a la hora de hacer filosofía. Preguntas del tipo “¿qué es el hombre?” o “¿qué es la mente?” son preguntas que nos hacemos los filósofos y que sólo pueden responderse, de modo fundamental, por medio de la metafísica, por medio de esta ciencia general acerca de todo cuanto existe y que nos da una explicación más profunda y completa acerca de los fenómenos.
Muchos son los que han intentado hacer de la metafísica una disciplina inútil y sinsentido. Sin embargo, desde mi punto de vista, esto se debe a un desconocimiento de lo que ésta es realmente. Sólo espero que este breve post haya aclarado algo al respecto o, por lo menos, haya servido para acercarnos un poco más al concepto de filosofía primera y, por lo tanto, al de filosofía sin más.
Fuentes:
- Aristóteles, Metafísica, Gredos, Madrid, 2003.
- García Marqués, A., "¿Qué es eso de Metafísica?", en Razón y praxis, pp. 21-40, Edeval, Valparaíso (Chile), 1994.
1 comentario:
Un agradable viaje el leerte. Enhorabuena por el blog. Y he aquí y ahora mi pequeña aportación: ¿Podría ser considerada la metafísica, por sí misma, como una metaciencia cognitiva sobre las posibilidades de conocimiento de lo real? Creo que dices bien cuando sitúas en el mismo impulso filosófico a la metafísica y a la gnoseología, pues si bien ambas pueden ser perfectamente separables, la primera no puede darse sin un previo filtro epistémico. Y a todo esto, ¿dónde situar a Heidegger y su extravío ontoteológico en relación con el olvido del ser? ¿Hemos de distinguir, en tal caso, la pregunta por el ente (o por el ser de lo ente) de la pregunta propiamente por el ser? Aún recuerdo el placer de la lectura de ese pequeño librito "¿Qué es metafísica?" de este último y el impacto que me produjo la nueva concepción de esta ciencia que tan lejos está de serlo en verdad. Un saludo. Peredur.
Publicar un comentario