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martes, 6 de diciembre de 2011

Amalrico de Bène: herejía y condenas de 1210

El día 20 de noviembre de 1210, cerca de París, diez miembros de los amalricenses fueron quemados en la estaca. Para la "ocasión", además, se desenterró el cadáver de Amalrico de Bène, quien enseñó en la Universidad de París y había muerto alrededor de 1207. Todos los condenados, incluyendo un maestro y dos estudiantes, eran discípulos suyos.

¿Qué defendía este Amalrico, para que quemaran su cadáver después de muerto y a quienes le seguían?

Amalrico estudió filosofía durante bastante tiempo antes de ir a la facultad de teología. El problema llegó cuando expuso una serie de tesis que eran irreconciliables con la doctrina cristiana. Saber con certeza cuáles son las que realmente defendía y cuáles se le han adjudicado es difícil, aunque ha llegado a afirmarse que él y los suyos defendían incluso el amor libre. Con respecto a lo que sí conocemos, podemos decir que entre sus tesis encontramos:

1. Que Dios es todo (omnia sunt Deus) y que todas las cosas son una, porque, cualquier cosa que es, es Dios (omnia unum, quia quidquid est, est Deus) y, por lo tanto, el panteísmo.
2. Que no hay vida después de la muerte.
3. Que todo lo que existe es el mundo material.

Aquello suponía, sin lugar a dudas, una blasfemia monumental. Sin embargo, para algunos, la herejía de Amalrico se presentaba como una opción atractiva y, pronto, empezó a contar con seguidores que venían tanto de la universidad como del ámbito extra-universitario. Sus propios colegas de la facultad de teología le pidieron que se retractara, pero él, convencido de sus opiniones, apeló al Papa Inocencio III, sin conseguir nada, salvo la condena por parte de éste y tener que retractarse. Volvió a París y, poco después, murió.

Pese a todo, sus seguidores seguían predicando sus doctrinas y, así, enseñando el panteísmo y otras herejías sin ser descubiertos. Entre estos predicadores parece ser que había un orfebre, Guillermo de Arria, que afirmaba de sí mismo que era un profeta y que el Espíritu Santo se había encarnado en él. Intentó el proselitismo con un maestro (un tal “maestro Raúl”, no sabemos más de su identidad), que contó al obispo de París, Pedro de Nemours, las herejías que había escuchado. El obispo pidió al maestro que se infiltrara entre los amalricenses y le contara todo lo que allí escuchara. Permaneció con ellos tres meses. A su vuelta a París, y tras decir al obispo todo cuanto escuchó, catorce cabecillas fueron llamados para ser interrogados. Aún así, renunciaron a desdecirse, creyendo que la verdad estaba en las palabras de Amalrico. Tal era su obstinación, que, finalmente, las autoridades religiosas enviaron a diez de ellos a la autoridad civil. A éstos se les quemó en la hoguera. Los otros cuatro, parece ser que tras rechazar sus errores, fueron encarcelados de por vida.

Los seguidores de Amalrico hiperbolizaron las tesis de su maestro, llevándolas a extremos y llegando a rechazar la validez de los sacramentos y de la iglesia. Afirmando incluso que, dado que todo es Dios, todo es bueno y, por lo tanto, no existe tal cosa como el pecado. Ante tal herejía, el obispo se quedó estupefacto y decidió ir a la raíz del problema, por lo que conformó un sínodo para excomulgar formalmente a Amalrico y sus seguidores. A la vez, prohibió la obra de David de Dinant (Quaternuli), del que se sabe que huyó tras la condena, así como las obras de filosofía natural de Aristóteles. En la obra natural aristotélica creían encontrar la causa fehaciente de tamaña blasfemia. El texto de la condena reza como sigue:

“Que se extraiga el cuerpo del maestro Amalrico del cementerio y se arroje a tierra no sagrada, que se le excomulgue en todas las iglesias de la provincia (…). Los Quaternuli del maestro David de Dinant han de ser traídos al obispo de París antes de la Natividad y quemados.
Y que no se lean en París los libros de filosofía natural de Aristóteles, ni los comentarios, ya sea en público, ya en privado; lo prohibimos bajo pena de excomunión.
Y aquél que tenga los Quaternuli del maestro David después de la Natividad, será considerado hereje”.

Hae sunt haereses, pro quibus quidam sacerdotes et clerici, sectatores Amalrici, Parisius igne examinati et consumpti sunt.


Fuentes:

Denifle, H. - Chatelain, E., Chartularium Universitatis Parisiensis, tomo I (1200-1286).
 
Hannam, James, God's Philosophers. How the Medieval World Laid the Foundations of Modern Science, Icon Books, Londres, 2009.

Wikipedia: Amalric of Bena.

Wikipedia: Hermanos del libre espíritu.

Tras una larga pausa...

¡Regresamos!

domingo, 20 de marzo de 2011

¿Qué es Metafísica?

La metafísica, como tal, es difícil de definir. No es, simplemente, aquello que está más allá de la física, tal y como se ha pretendido. Tampoco una caracterización de la misma como ontosofía u ontoteología dan cuenta de lo que ésta es efectivamente. Pero, entonces, ¿qué es metafísica? Teniendo en cuenta que metafísica es filosofía primera, o lo que es lo mismo, filosofía, sin más, la cuestión es fundamental cuando se trata de entender qué es hacer filosofía.

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos a la hora de definirla viene dado, precisamente, por el desconocimiento de esta disciplina. Manuales del tipo “Metafísica 4 en 1” han cumplido bien con su cometido a la hora de traer un desconocimiento mayor, si cabe, para entender qué es, exactamente, la metafísica. Otro de los problemas que surgen al definir este amplio ámbito del saber reside, precisamente, en la propia metafísica: dado su carácter transcendental, fundamentador, no cabe una meta-metafísica y, por lo tanto, su fundamento, su legitimidad, reside en sí misma. Abordemos, pues, esta cuestión.

La metafísica se inicia, fundamentalmente, con Parménides. A él le debemos la afirmación “lo mismo es pensar y ser”. Lo real, lo que es, así, sería lo pensable, aquello que podemos captar por medio del pensamiento, para decirlo de otra manera. Además, lo real, para Parménides no cambia, es homogéneo, inengendrado e imperecedero. Éstas son las características del ente como tal. Éstas son, así, las características de todo lo que hay para el eléata.

Continuando la vía abierta con Parménides, Platón introduce la noción de causa suprasensible. O lo que es lo mismo, aquello que explica los fenómenos estando, a la vez, por encima de los mismos. Como dice en el Fedón, podemos decir que estoy aquí sentada porque tengo músculos, tendones, huesos y articulaciones, pero eso sería reducir la explicación a lo puramente fenoménico y dejaríamos de lado las verdaderas causas (Platón, Fedón, 98 c-e). También él caracteriza el ente como eterno y estático, sin movimiento ni cambio alguno, aunque dotándolo de una naturaleza ideal: lo real, para Platón, son las ideas, las formas que están en el mundo inteligible. El problema de esta concepción, como muchos sabemos, es que postula la existencia de dos mundos, el sensible y el inteligible, que no dan cuenta de la verdadera naturaleza de la realidad.

Aristóteles, en un tercer momento de constitución de la metafísica, toma de Platón la noción de causa suprasensible y caracteriza la metafísica como, la “ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo es, y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen” (Aristóteles, Metafísica, IV, 1, 1003a 20 y ss.). Pero, en este mismo lugar en el que caracteriza la metafísica, Aristóteles nos dice que esta ciencia “no se identifica con ninguna de las denominadas particulares. Ninguna de las otras ciencias, en efecto, se ocupa universalmente de lo que es, en tanto que algo es (…). Y puesto que buscamos los principios y las causas más supremas, es evidente que éstas han de serlo necesariamente de una naturaleza por sí misma (…). De ahí que también nosotros hayamos de alcanzar las causas primeras de lo que es, en tanto que algo es” (Aristóteles, Metafísica, IV, 1, 1003a 21-31). La clave para entender cómo recoge Aristóteles la noción de causa suprasensible se encuentra en el conocimiento de las causas primeras de lo que es. Esta ciencia de lo universal, de lo real, ha de dar cuenta de las causas y principios de todo lo que hay y la naturaleza de éstos no puede sino ser suprasensible. Lo sensible ya lo percibimos por medio de los datos empíricos. De lo que se trata es de justificar esta experiencia sensible. Es decir, se trata de investigar racionalmente la naturaleza de lo sensible a partir de lo suprasensible. De un modo más sencillo: ¿qué es la realidad?, ¿cómo puedo dar razón de mi experiencia sensible?

Por esto mismo, una caracterización de la metafísica como pura ontología tendría un carácter demasiado simplista. Una pura ciencia del ente, es decir, de lo real en cuanto tal y de lo que le corresponde de suyo no puede hacerse dejando a un lado que, en cuanto seres cognoscentes, lo real nos viene dado como objeto de conocimiento y, por lo tanto, nuestro acceso a lo real se realiza por la vía cognitiva. Es decir, lo real es aquello que podemos pensar, percibir, conocer.

Así, la metafísica no puede ser solamente una pura ontología, pese a que también lo es, dado su carácter de ciencia universal que investiga todo lo que hay. La metafísica ha de atender a las causas primeras de todo cuanto existe y, con ello, al fundamento último de todo cuanto existe. Pero la realidad, el ente, se nos presenta como cognoscible y, por lo tanto, también encontramos en esta caracterización de la metafísica la necesidad de realizar un esfuerzo gnoseológico, epistémico, para conocer el mundo, todo lo que hay. De ahí que la metafísica no sólo no es pura ontología, sino que, además e indisolublemente, es también gnoseología.

Podríamos simplificar diciendo que la metafísica, como tal, es una investigación racional acerca de todo cuanto existe. De cuál o cuáles son los últimos fundamentos o causas primeras de la realidad y, por lo tanto, puede caracterizarse adecuadamente como ontognoseología. En un lenguaje más sencillo: ¿qué hay?, ¿qué es lo que hay/la realidad?, ¿cómo puedo conocer la realidad? Y, si puedo conocerla, tendré que conocerla hasta sus últimos fundamentos como filósofo que soy (dado que la tarea de la metafísica corresponde hacerla a los filósofos, vid. Aristóteles, Metafísica IV, 3, 1005a 20-23).

 Quizá términos como “metafísica” o “causa suprasensible” nos suenen raros o difíciles de definir o de utilizar. Sin embargo, a diario usamos conceptos metafísicos para dar cuenta de las cosas: sujeto, voluntad, libertad, justicia… Por poner un ejemplo sencillo, podemos hacer justicia, pero la haremos de una manera concreta, por ejemplo, dando a cada uno lo que le corresponde. El hecho sensible es nuestra acción, mientras que el decir que “se ha hecho justicia” correspondería a una explicación metafísica, suprasensible y sin la que no daremos verdadera cuenta del hecho acaecido. También en nuestro lenguaje y en nuestro pensamiento hay una serie de leyes o principios que usamos constantemente sin tener que enunciarlos, como por ejemplo el de no contradicción, según el cual no podemos afirmar y negar lo mismo en un determinado momento. Cuando hablamos, también presuponemos el concepto de realidad. Estos presupuestos son metafísicos y, sin ellos, seríamos incapaces no sólo de realizar un discurso inteligible, sino también seríamos incapaces de construir un discurso racional.

La tarea de la metafísica es, así, de carácter fundamentador con respecto a todo lo real. Si bien es una ciencia general, de carácter especulativo, es imprescindible a la hora de hacer filosofía. Preguntas del tipo “¿qué es el hombre?” o “¿qué es la mente?” son preguntas que nos hacemos los filósofos y que sólo pueden responderse, de modo fundamental, por medio de la metafísica, por medio de esta ciencia general acerca de todo cuanto existe y que nos da una explicación más profunda y completa acerca de los fenómenos.

Muchos son los que han intentado hacer de la metafísica una disciplina inútil y sinsentido. Sin embargo, desde mi punto de vista, esto se debe a un desconocimiento de lo que ésta es realmente. Sólo espero que este breve post haya aclarado algo al respecto o, por lo menos, haya servido para acercarnos un poco más al concepto de filosofía primera y, por lo tanto, al de filosofía sin más.



Fuentes:
  • Aristóteles,  Metafísica, Gredos, Madrid, 2003. 
  • García Marqués, A., "¿Qué es eso de Metafísica?", en Razón y praxis, pp. 21-40, Edeval, Valparaíso (Chile), 1994.
 

lunes, 17 de enero de 2011

La recepción de Aristóteles en el mundo latino

En un post anterior, se hacía referencia a cómo tuvo lugar la recepción de la filosofía aristotélica en el mundo árabe. Se indicaba, asimismo que, las traducciones realizadas desde el árabe al latín albergaban diversas dificultades relacionadas con la comprensión de los textos que influyeron negativamente en su difusión. Por otra parte, hay que destacar que se realizó un mayor número de traducciones directamente desde el griego. Todo esto, para que quede más claro que la afirmación "Aristóteles nos llega a través de los árabes" no es del todo cierta.

Ya se disponía, en el siglo XII, de las traducciones de las obras lógicas de Aristóteles, traducidas alrededor de los años 510-522 por Boecio (*480-†524 ó 525), más concretamente del libro de las Categorías y del De Interpretatione, obras que, junto a la Isagoge (Introducción) de Porfirio, fueron conocidas como la “Logica vetus” y que eran los textos estándar para el estudio de la lógica. Esta disciplina, a su vez, en el siglo XII, despertaba gran interés, lo que contribuyó a que, a partir de 1120, se recuperara el resto de sus traducciones: los Analíticos primeros, las Refutaciones sofísticas y los Tópicos, si bien se desconoce dónde estaban y cómo fueron recuperadas.

También desde el griego, otro traductor, Jaime de Venecia († d. 1147), traduce los Analíticos segundos, la Física, el De anima, parte de la Metafísica (hasta el libro IV), los Parva naturalia (al menos cinco) y una introducción anónima a la Física, conocida como el De intelligentia. También se conserva parte de sus traducciones de las Refutaciones sofísticas, así como de comentarios en griego. Todas estas traducciones, hechas con toda probabilidad antes del año 1150, circularon ampliamente durante el siglo XIII, siendo consideradas como “las auténticas” durante los tres siglos siguientes.

A Henricus Aristippus (†1162) le debemos la traducción, desde el griego, del libro IV de los Meteoros. Esta traducción circuló, junto a la que había hecho Gerardo de Cremona desde el árabe (libros I-III), con un apéndice de Avicena, un fragmento conocido como el De mineralibus.

Otras traducciones hechas desde el griego nos llegan de la mano de traductores desconocidos. Éste es el caso de las traducciones del De generatione et corruptione, el De sensu, el De somno, la Metafísica (excepto el libro XI), los libros II y III de la Ética a Nicómaco (conocidos como la “Ethica vetus”) y traducciones alternativas a las de Boecio de los Tópicos y los Analíticos primeros.

Hacia mediados del siglo XIII, desde el griego, Roberto Grosseteste (*ca. 1175-†1253) tradujo la Ética a Nicómaco por completo, alrededor de 1246-47, y parte del De caelo. Su versión completa de la Ética gozaría de mayor popularidad que las traducciones incompletas que le precedían.

Ya en la segunda mitad del siglo XIII (entre 1260 y 1280), Guillermo de Moerbecke (*ca. 1215-†1286), del que se dice que era amigo y colaborador de Tomás de Aquino, realizó una nueva edición de las obras de Aristóteles. En este momento, el estudio de Aristóteles estaba más extendido y se demandaba su lectura. La versión de Moerbecke, llamada por los editores “Corpus recentius”, superaba con creces las traducciones de sus predecesores y pronto fue la más influyente y extendida, tanto, que llegó a convertirse en la edición estándar de las obras de filosofía natural de Aristóteles .

Con respecto a la amplísima labor de traducción, que se ha tratado muy brevemente, hay que destacar dos cuestiones. En primer lugar, la gran importancia de las traducciones que se hicieron directamente desde el griego. Aristóteles no llegó al Occidente latino exclusivamente a través de los árabes, sino que, de hecho, las traducciones más inteligibles y las que más circularon fueron las que se realizaron directamente del griego al latín, volviéndose a aquéllas hechas desde el árabe cuando no se disponía de otra traducción. Las obras traducidas desde el árabe que gozaron de amplia circulación y aceptación fueron el De caelo, Meteorologica (I—III), De animalibus y la Metafísica. Todas ellas, excepto el De animalibus, fueron reemplazadas por las traducciones de Moerbecke .

En segundo lugar, hay que destacar que la recepción de Aristóteles aconteció de modo lento y que su importancia apenas se deja sentir hasta la mitad del siglo XIII. La evidencia de cómo tiene lugar dicha recepción la tenemos en los manuscritos traducidos, en las glosas existentes en los manuscritos (que muestran que éstos se leyeron), en las prohibiciones posteriores de leer la obra aristotélica, teniendo lugar la primera de ellas en 1210, en los comentarios y quaestiones a la obra de Aristóteles y en las citas que hacen autores medievales. Estas evidencias muestran que, si bien la “Logica vetus” y las Refutaciones sofísticas sí se citan abundantemente, no ocurre lo mismo con el resto de las traducciones. Al menos, no hasta la primera década del siglo XIII.

Fuentes:

  • Dod, Bernard G., “Aristoteles Latinus”, en The Cambridge History of Later Medieval Philosophy. From the Rediscovery of Aristotle to the Disintegration of Scholasticism 1100-1600, pp. 45-79, Norman Kretzmann, Anthony Kenny, Jan Pinborg (eds.), Cambridge Histories Online, Cambridge University Press, 2008.
  • Gilson, Étienne, La filosofía en la Edad Media. Desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, Gredos, Madrid, 2007.
  • Grant, Edward, A History of Natural Philosophy. From the Ancient World to the Nineteenth Century, Cambridge University Press, Cambridge, 2007.
  • Grant, Edward, The Foundations of Modern Science in the Middle Ages. Their relligious, institutional and intelectual contexts, Cambridge University Press, NY, 1996.
  • Marenbon, John, “Bonaventure, the German Dominicans and the new translations”, en Routledge History of Philosophy, pp. 225-240, vol. III, Medieval Philosophy, Marenbon, J. (ed.), NY, 2004.