“Hacia la paz perpetua”. Puede dejarse a un lado la cuestión de si esta satírica inscripción, escrita en el rótulo de una posada holandesa en el que había dibujado un cementerio, interesa a los hombres en general o a los jefes de Estado en particular, que no llegan nunca a estar hartos de la guerra, o exclusivamente a los filósofos, que anhelan ese dulce sueño”.
Así empieza Kant su opúsculo Sobre la paz perpetua, que data de 1795. En este texto, escrito en forma de tratado de paz —con artículos y
cláusulas— y a petición de Sièyes, Kant tiene como objetivo principal la abolición de la guerra. Para esto,
parte del supuesto de que seres humanos y Estados pueden ser tratados de
manera análoga, asumiendo que éstos últimos son también sujetos morales. Así, del mismo modo que los seres humanos han conseguido salir
del estado de naturaleza y establecer un pacto social, los Estados han de
aspirar a un tratado de paz permanente y asumir que la guerra, por sí misma, no
es el único ni el principal método para la resolución de conflictos. Hay, así, para Kant, un paralelismo entre la naturaleza humana y la naturaleza del Estado.
Hacia la paz perpetua tiene como marco de referencia el ideal ilustrado de universalidad. Para su fundamentación teórica, la pregunta que cabe hacerse es bastante sencilla y, a la vez, de difícil respuesta: ¿cómo formar una comunidad que abarque a todos los pueblos de la Tierra? Además, esta pretensión de universalidad no sólo debe extenderse en el espacio —todos los pueblos de la Tierra—, sino también en el tiempo, pues debe tener validez en todas las épocas. Pese a lo que pueda parecer, los ilustrados no conciben este ideal como una mera ensoñación a vislumbrar, sino como un proyecto real a conseguir, aunque éste se desarrolle en un tempo lento.
Con el filósofo de Königsberg, la pregunta por la universalidad, se realizaría en los siguientes términos: ¿cómo formar una comunidad pacífica que abarque a todos los pueblos de la Tierra? Una comunidad cosmopolita, por lo tanto. Asimismo, las problemáticas que se tratan en este texto están inmersas en un sistema ético, jurídico y político: ¿Cómo hacer del hombre un buen ciudadano? ¿Cómo instaurar la paz, teniendo en cuenta que ésta es una exigencia de la razón, un imperativo? Es más, ¿cómo es que hay que instaurar la paz, si ésta debería operar constantemente?
La problemática es tan profunda como compleja, y viene derivada, sobre todo, de que la paz no es sino una conquista, de que la paz, pese a lo contraintuitivo que pueda resultar, no es lo natural. La guerra es, en principio, necesaria como motor de progreso de los pueblos, pues es el hombre el que tiene que esforzarse por salir del estado de naturaleza para constituir una sociedad civil. ¿Cómo se supera el estado de naturaleza? Esto se realizará mediante el establecimiento de leyes coactivas, así como mediante la constitución de una unión de Estados o Estado de los Pueblos. Mediante el establecimiento, por tanto, de un pacto o contrato social.
Así, del mismo modo que el hombre no es bueno por naturaleza, sino que obra por deber, hay que hacer del Derecho un instrumento que nos lleve a crear un Estado pacificado, un Estado en el que instaurar la paz y que éste mismo Estado sea, a la vez, garantía del Derecho. Una vez conseguido esto, hay que exportar el modelo del Estado en paz al ámbito de las relaciones internacionales y crear un Estado mundial cosmopolita que opere como principio regulativo internacional. Dicho Estado cosmopolita se regirá por el ius cosmopoliticum, el Derecho Cosmopolita, que es el que regula, con Kant, la “posible asociación de todos los pueblos en orden a ciertas leyes generales de su posible comercio”, entendiendo, así, la libertad privada y económica como libertad política. Es decir, la libertad política vendrá dada, en gran medida, como resultado de una interdependencia económica de los distintos Estados confederados, de tal manera que se constituya una federación de la paz permanente que garantice la libertad de los Estados, tanto en sus relaciones internas como en sus relaciones internacionales.
Foto por cortesía de wikimedia commons.
En primer lugar, el Derecho Cosmopolita como máxima aspiración de la razón práctica republicana, un Derecho de gentes basado en un federalismo de Estados libres que conduzca a una república mundial y que permita la libre circulación de ciudadanos entre los países. Para Kant, es necesaria una sociedad cooperativa internacional con base en la interdependencia económica. Ésta garantizará que los Estados no se lancen a gastar innecesariamente, ni a destruir los bienes de otros Estados que les puedan ser necesarios algún día.
En segundo lugar, una constitución republicana. Kant entiende el republicanismo como opuesto al despotismo, como lo que aboga por un sistema confederal. ¿Qué es un Estado republicano o regido por una constitución republicana? Aquél en el que hay división de poderes y un sistema representativo en el que los gobernantes no puedan declarar la guerra sin el consentimiento del pueblo. Asimismo, requiere una transformación de la sociedad en una sociedad civil abierta, no cerrada por la herencia, y en cuya base está el individualismo, en el sentido de que cada individuo construye su propio destino y se hace a sí mismo. Para Kant, todo ser humano es un fin en sí mismo y, como tal, ha de ser tratado.
La transformación de la sociedad es un requisito para alcanzar la constitución republicana que posibilite el establecimiento de una paz perpetua común a todos los pueblos de la Tierra. Sobre la sociedad republicana descansará la soberanía en forma de poder constituyente del que manan los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que, pese a estar separados, cooperarán entre sí. El pueblo soberano, entendido como poder constituyente, se convierte en co-legislador, identificándose, así, el legislador con el que obedece la ley. Para esto, necesitaremos una sociedad en cuya base se encuentren el consenso y la libertad e igualdad jurídica de los ciudadanos: en cuanto hombre, en cuanto fin en sí mismo, todo miembro de la sociedad civil es libre, pues ha de serlo para legislar.
"Buscad ante todo acercaros al ideal de la razón práctica y a su justicia; el fin que os proponéis –la paz perpetua– se os dará por añadidura".
Bibliografía:
Kant, I., Sobre la paz perpetua, en Ensayos sobre la paz, el progreso y el ideal cosmopolita, Cátedra, Madrid, 2005.
Kant, I. Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, ibidem.
2 comentarios:
Por fin he podido leer tu entrada. Esta obra es muy original, imaginativa e inspiradora. Los autores modernos son, desde mi punto de vista, con creces los más optimistas que he podido leer, sobre todo en lo que se refiere a la organización política y económica. De una u otra forma siempre confían en que el ser humano se impondrá sus propios límites, lo que carga de esa imaginativa ilusión los textos ético-políticos.
En particular "Hacia la Paz Perpetua" es un texto muy fácil de leer y de entender, y con tu entrada mucho más. Hay que releerlo cada cierto tiempo y recordar que sirvió de inspiración para la primera Sociedad de Naciones, surgida tras la Primera Guerra Mundial. A mi personalmente me ayuda a recuperar la esperanza en mis vecinos.
Muchísimas gracias por tu comentario, Santi. Me parece de lo más acertado. Además, al pobre Kant siempre suele imputársele en exclusiva el capitalismo salvaje y me parece que éste es uno de los textos que le hacen justicia.
Gracias de nuevo.
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